PIEDRECITAS ROSADAS Y TRES MIL PLUMITAS DE ALMOHADA POR UN BUEN RATO
Una vez, y por un buen rato, un armadillo de fuerte caparazón (que caminaba rápidamente por las piedrecitas rosadas de su casa, que movía la nariz y hacía hechizos mágicos y que tan sólo alcanzaba a balbucear algunas palabras), se topó con una tortuga (de caparazón mucho más fuerte que el de él, que increíblemente se movía tan rápido como un ratón japonés y que comía plumitas de almohada), quiso proponerle a la tortuga intercambiar caparazones; pero como sólo balbuceaba algunas palabras, la tortuga entendió y pensó que el armadillo quería caminar tan solo por un buen rato junto a ella.
El armadillo, observando con sus ojitos bien abiertos la reacción de la tortuga luego de haber movido su nariz, puesto algunas piedrecitas rosadas al lado de su casa y acercado tres plumitas de almohada, pensó que la tortuga había aceptado intercambiar su fuerte caparazón. A su vez la tortuga comió las plumitas de almohada, no se fijó en las piedrecitas y se sintió complacida al saber que un armadillo balbuceador y hechicero caminaría tan sólo por un buen rato junto a ella.
Al día siguiente la tortuga pasó por la casa del armadillo con el fin de recogerlo para ir a caminar juntos. El armadillo salió de su casa, caparazón en mano, y al ver que la tortuga le sonrió y siguió su camino, colgó a su patica el caparazón de un hilo y al lado de la tortuga esperó el momento del intercambio.
Es importante, a solicitud del armadillo, aclarar que sintió mucho frío y temor de resfriarse. La tortuga por su parte solicitó consignar que tuvo temor de dañar a un armadillo con fuerte caparazón colgado de un hilo.
Pero bueno, pasaron muchos días y los animalitos no entendían las actitudes del otro. Entonces, el armadillo esperó a la tortuga con un dibujo hecho con un hechizo – explicación: en el que había dos caparazones, uno verde y otro rosado, sostenidos por estrellitas que los cambiaban de sitio. La tortuga sonrió, desató el caparazón del piecesito del armadillo y como un ratón japonés fue a brillar el suyo y se lo entregó.
Pasaron unos días y el armadillo usaba cuidadosamente el caparazón de la tortuga, le quedaba un poco pequeño y tenía que cubrir la mitad de su cuerpo con piedrecitas rosadas; pero con él puesto se sentía confortablemente tranquilo. Sin embargo, le hacía falta caminar al lado de la tortuga, por lo que decidió, para evitar mal entendidos, dejar de balbucear algunas palabras para poder decirle a su amiga lo placentero e importante que era caminar con su caparazón al lado. Y así lo hizo, y la tortuga (aunque no lo crean) saltaba y saltaba, sosteniendo con sus bracitos el graaaaaaaaaaaaaaaaannnnnnnnnn caparazón prestado, de felicidad. Volvieron a caminar junto con los caparazones no respectivos, por un buen rato se dieron regalos poco frecuentes pero muy importantes, le contaron a pocos amigos de su intercambio, comían plumitas de almohada sobre piedrecitas rosadas, dormían cerquita para salir a caminar cada vez más pronto y rápido, jugaban juegos eternos queriendo hacer infinito el tiempo, inventaban días de no cumpleaños para poder darse un abrazo de felicitación, y así, hacían pocas muchas cosas...
...Pero la tortuga, cansada de cargar tan gran caparazón, le propuso a su amigo hacer de nuevo un intercambio, al armadillo no le gustó mucho la idea; pero devolvió el caparazón y se fue a su casa con la naricita estropeada, un rasponcito en la oreja y tres mil plumitas de almohada que le había llevado a la tortuga como agradecimiento por no solo haberle prestado el caparazón; sino también haberle permitido contar con tan buen no amigo; sino CARIÑO.
La tortuga buscó al armadillo por un buen rato. Cuando lo encontró le propuso continuar caminando juntos, el armadillo aceptó y otra vez así, pasó un buen rato. Hasta que a la tortuga se le ocurrió caminar más rápido que un ratón japonés, técnica que había aprendido el armadillo, y el armadillo aunque trató alcanzarla se quedó a medio camino.
La tortuga siguió y no se dio cuenta de la ausencia del armadillo, a veces extraña su CARIÑO pero siguía caminando. Por su parte, el armadillo aún guarda para la tortuga tres mil plumitas de almohada e hizo un hechizo de estrellitas puestas alrededor de un gran hoyo galáctico, para que cuando quiera, la tortuga vuelva a encontrar el camino hacia su amigo el armadillo.
Algunos años después…
La tortuga quiso encontrar el hoyo galáctico hecho por el armadillo. Ahora era mucho más fácil verlo. Tenía gran profundidad y miles de millones de estrellitas muy brillantes (cada una representaba un buen momento).
Lentamente la tortuga llegó al final del hoyo, tardó meses en llegar allí. Su pequeña colita se puso de color amarillo, su color verdadero, sus ojitos lloraban de nostalgia, allí, frente a ella estaba el armadillo sentado, lamiendo algunas heridas hechas durante la construcción del hoyo. Se miraron y sin decir nada, intercambiaron nuevamente caparazones y corazones. A diferencia de la primera vez, los caparazones se habían amoldado casi totalmente al cuerpo del otro, ya no era tan difícil la carga.
El armadillo feliz y deseoso de uno de esos abrazos que se piden en las despedidas, dejó que la tortuga se acercara, lo abrazara y durmiera junto a él.
Desde el hoyo vieron las constelaciones, se toparon con satélites y veían a todos los demás. Las piedrecitas rosadas y las tres mil plumitas de almohada volvieron por un buen rato. Las disfrutaron tanto que se multiplicaron tomando formas amorosas.
Por un buen rato caminaron juntos, con temor aún, pero juntos; sin embargo la tortuga quería más, siempre ha querido más, y el armadillo dispuesto a darlo todo se percató de la situación: un armadillo, más grande y rápido que una tortuga, amoroso, consentidor y de gran sonrisa, había acelerado su paso y la tortuga, por no herirlo de nuevo, dejó que lo hiciera. Era obvio que la tortuga siempre había tenido su propio ritmo y que por proteger al armadillo había hecho también grandes esfuerzos. El abrazo de despedida había sido dado y el intercambio nuevamente de caparazones estaba hecho.
El armadillo, hoy sentado junto a mí, con sus ojitos achinados, lagrimosos, sus mejillas rosaditas y pequeña nariz, me ha contado que la tortuga hermosa, pequeñita y con los ojitos más lindos, es feliz: lleva su propio caparazón, va a su ritmo, es feliz con otros animales…
Yo veo un armadillo un poco aporreado, melancólico… Ahora ya no espera más a la tortuga, la dejó ir; pero se quedó con las piedrecitas rosadas, las tres mil plumitas de almohada, las visitas al oso, un hoyo galáctico y las tres luciérnagas que un días habían tratado de perseguir juntos.