En La Habana el sol se oculta a partir de las ocho de la noche y vuelve a salir a las siete y 30 de la mañana. Los primeros días La Habana parece no tener ningún olor significativo penetrante, aunque en pocas ocasiones aparecen aromas de tabaco mezclados con frutabomba y en otras ocasiones aparece un olor a gasolina. Siete días después las camisas, las manos y las rodillas se impregnan de un olor a tabaco y daiquiri y los ojos comienzan a tener alucinaciones en colores amarillo y ladrillo. De vez en cuando aparecen luces de flash. A la hora de dormir, los sueños están siempre evocando los años 50.
Como otras ciudades del mundo, La Habana se convierte en las noches en la Torre de Babel, la única expresión universal es la del “coqueteo”.
También, siete días después de estar en La Habana, los sentidos se vuelven más exquisitos: los sabores siempre serán dulces, la temperatura siempre será caliente, los hombros siempre serán para compartir con otros hombros, los pies adquieren vida propia.
En las noches de La Habana, los cuerpos sienten pulsiones y terminan todos confluyendo en la plaza de la Catedral, el letargo tiene una duración de ocho a nueve de la noche, cuando el cañozano hace parpadear tres veces y deja un leve zumbido por dos minutos. Luego, vuelven las pulsiones, las ordenes de daiquiris, piñas coladas y mojitos, combinado esto con el olor a tabaco, producen más alucinaciones. Si estás sentado mirando hacia la Catedral, de un momento a otro tus pies te han llevado frente a los ojos de Bárbara, una bruja que sabe leer los naipes; pero no los caracoles. Como buena bruja, Bárbara no dice nada, te mira, no dice nada y tal como me lo contó el personaje que incrementa mis inseguridades, tiene rasgos fálicos: nariz y uñas. Además es quisquillosa, ordena su pequeño territorio: en el centro la virgen por la que tiene su nombre vestida de rojo, al lado derecho un naipe español y unas fotos de calendario de ella misma; al lado izquierdo un tabaco gigante y una bolsita marrón con un lacito negro. En esta oportunidad, no fue necesario tener cerca granos de maíz, mi intención no era enfrentarla, ni tampoco consultarla para simplificar mi vida.
A las siete y 30 de la mañana las cortinas donde duermo están bien cerradas, duermo sola y ningún tipo de luz se cuela. Las horas del día son las horas del encierro, de la meditación.
De un tiempo para acá, el tiempo no me importa; pero tengo urgencia; la noche es más atractiva y el día es una amenaza. El personaje de mis inseguridades cuenta que aquellos a quienes no les importa el día; pero tienen urgencia de continuar siendo inmortales, son los vampiros. Para él, los vampiros son encantadores, se presentan impecablemente vestidos, siempre llevan escondido un espejo, eso llama la atención de sus víctimas, sonríen y tratan de parecer interesantes: hablan poco, sólo cuando es necesario, no lo hacen de su vida, ni la de los demás, teorizan, o eso creen ellos.
En La Habana los comportamientos erráticos son habituales, tal vez ese es la razón de mi encanto por La Habana: pasar del llanto a la felicidad en dos horas es normal, no es perceptible, se convierte en admirable y atrayente. El día significa depresión y la noche euforia. La compañía, la que sea, es estorbo y cariño.
La vida en La Habana para muchos, es una vida nocturna. En La Habana las decisiones pasadas pesan y alcanzan a tener nombre y significado. Alguna vez, algunas noches pasadas, comencé a frecuentar a un vampiro, sin saberlo. Era paciente, no tenia urgencia; ahora entiendo que sin embargo necesitaba de mí. La única noche que lo deje dormir a mi lado desapareció. Tres meses de insomnio, dos años de costumbre nocturna y ahora en La Habana sé que me ha contagiado y a su vez, sin darme cuenta, contagié a dos o tres más, a uno de ellos en La Habana.
PRECAUCIÓN: miles de vampiros saldrán hacia diferentes lugares desde La Habana a partir del mes de junio. Si usted no quiere ser uno de ellos tenga cuidado, no permita hacerse de un buen amigo nocturno, no lo invite a sus espacios, no sea solidario prohíbale quedarse en su casa, dormir en su cama. Ésta es la mejor forma de evitarlo. Ahora, si lo que quiere es eliminarlo, déle su confianza; pero haga que le cueste, espere unos cuantos años y saque provecho de la situación. Cuando ya este aburrido de tener cerca al espécimen toda la noche mirando y husmeando, invítelo a su casa, a dormir junto a usted, simule que cierra bien las cortinas; pero deje un pedacito muy pequeño para que al día siguiente entre por ahí la luz… al otro día, usted no se acordará de nada.
4 comentarios:
Qué te puedo decir, de calavera a vampiro.
Cada quien es responsable de sus decisiones. Cada uno puedo decir cuándo se va y tiene que vivir con eso.
Volver es un mal negocio, porque nadie espera para siempre.
por qué nombrarnos con signos animales si éstos no hacen daño con intención ni se placen en el mal pues les es ajeno. La palabra "humano", "Hombre", "ser humano", "persona" (en español) es por sí una ofensa universal, la mayor desgracia de Dios.
la alucinación y el sueño son puertas de salida para esta real pesadilla.
Los vampiros son personajes que atraen a sus similares, ellos ya viven de lo que quieren vivir quienes se dejan seducir: de la sangre, el alma y los sueños de los demás. Sin embargo, vale la precaución.
Y aparecen los vampiros en su defensa, escudados en el anonimato.
Alucinación y sueño: dulce realidad.
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